domingo, 18 de noviembre de 2007

El verdadero valor de las palabras

El verdadero valor de la palabra

Una cosa es cierta. Las palabras tienen un poder incalculable. Las palabras son el vehículo de la energía. La energía que genera el movimiento, la quietud, la guerra, la paz y todo lo demás.

Cuando hablo de palabras, supongo que existe un consenso entre el que emite la palabra y aquellos que la reciben, en el sentido de que todos están de acuerdo que cada palabra significa lo mismo tanto para el emisor como para el receptor.

Por ejemplo. Si digo “mesa”, supongo en este momento que los que me escuchan saben exactamente que es una “mesa”: un artefacto que, en el más común de los casos está hecho de madera, tiene cuatro patas y una superficie plana apoyada o adosada en la parte superior (de las cuatro patas), de manera tal que sirva para apoyar cosas, o para sentarse a ella a comer, o para efectuar cualquier otra tarea donde se necesita un cierto grado de comodidad.

Ahora bien, hay muchos casos donde el consenso entre las partes acerca del significado de las palabras es preciso. Es decir las palabras que se utilizan tienen siempre exactamente el mismo significado para todos.

Otras veces, el consenso no existe, especialmente cuando se habla con un vocabulario técnico que se refiere a cuestiones muy específicas que no están dentro del conocimiento general de la gente. Me refiero al caso de estudios realizados por grupos pequeños, ya sea en laboratorios de universidades o también en los casos donde se aplica un argot específico de una profesión, etc.

También se da el caso en que dos o más personas están dialogando acerca de cualquier tema, y como cada uno tiene otra idea acerca de lo que significan algunas palabras, en realidad lo que hacen es formar una torre de babel, donde cada uno sostiene sus propias aseveraciones, y en realidad todos terminan peleándose al no poder entender lo que dicen o quieren significar los otros.

Por ejemplo. Muchas veces he hablado con gente acerca de Dios. Y cada uno tiene su propia concepción de lo que significa esa palabra. He escuchado a mucha gente decir:
Dios no existe.

Y cuando les pregunto que significa para ellos esa palabra (Dios), se quedan sin saber que decir, y empiezan a irse por las ramas con cosas incomprensibles y disparatadas.

En primer término me gustaría dejar asentado que, cuando uno le da un nombre a algo, por el solo hecho de darle un nombre, implícitamente está convalidando su existencia. Entonces, es ridículo nombrar algo y enseguida declarar que ese algo no existe.

Si tiene nombre, entonces existe. Al nombrarlo le hemos dado vida. No puede “no existir”.

En cuanto a lo que se quiere significar con ese nombre es necesario ser lo más claro posible con respecto a su significado, no dejando lugar a dudas con respecto a lo que uno quiere significar con tal o cual palabra.

En realidad, es bastante engorroso hablar con otras personas según este punto de vista, pues constantemente habría que comparar significados y valores atribuidos a ciertas palabras y ver el porcentaje de consenso que existe entre los dialogantes.

Por eso es que un diálogo profundo y constructivo muy rara vez se da entre las personas, a pesar del hecho que podríamos estar hablando y conversando todo el tiempo, pero por supuesto sin llegar a ningún lugar.

En este sentido, los comandos del águila son muy precisos, y al nombrarlos y tomar conciencia de ellos, lentamente los vamos alineando hasta que nuestro propio comando se convierte en el comando del águila.

Más acerca de este tema en próximas entregas

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